miércoles, 14 de noviembre de 2012

Leyendas de la Semana Santa de Málaga:Sangre.




Estando unos pescadores en la mar, efectuando su diaria tarea de pesca, saltó una borrasca que llevó a la jábega (embarcación tipica malagueña) mar adentro desde donde no podía divisarse ni tan siquiera el contorno de las playas, ni monte alguno de los que circundan la ciudad.El patrón, a pesar de ser hombre experto en estos trabajos, no podía dominar la embarcación a la cual cubrían las olas de forma tenebrosa, mientras en el cielo aparecían negros nubarrones que hacían temblar de miedo a los jabegotes (marineros de la jábega).

Los momentos eran dramáticos y viendo aquellos hombres que el naufragio se acercaba irremediablemente imploraron la misericordia de Dios u el perdón divino, resignándose a morir como buenos cristianos.

Muchas horas de pánico llevaban aquellos pescadores y ya las fuerzas les iban faltando cuando vieron abrirse entre las nubes un rayo de sol.

Esta claridad, bella y extraña a la vez, daba justo en un punto de las aguas revueltas y sobre éstas, la imagen de un Cristo crucificado flotaba entre las olas.El patrón, haciendo un gran esfuerzo, dirigió la embarcación hacia ese punto, y mientras la pequeña nave se iba acercando disminuía la borrasca por completo y el mar se quedaba completamente sereno.

La tripulación, dando gracias al cielo por el favor recibido, recogió la imagen, pero cual no sería la sorpresa de estos hombres cuando contemplaron cómo de la herida del costado de Jesús brotaba la sangre lentamente.

Cuando la embarcación llegó al fin a la playa, se encontraban en ella los familiares de los pescadores que, asustados por la fuerte tormenta, se había acercado hasta allí con la angustía y el temor de que la embarcación hubiera zozobrado.

Al principio no comprendían lo que ocurría y pensaban que era un hombre herido lo que traían entre ellos (esa era la impresión que daba la imagen), pero al comprobar como brotaba la sangre del Divino costado, todos cayeron de rodillas ante el milagroso hecho que estaban presenciando.

En medio de un gran silencio, fue trasladada por todos a una ermita cercana que existía entre el cerro de San Cristóbal y el monte Gibralfaro, en donde estaba establecida por aquel entonces la Orden de la Merced

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