La imagen descansará sobre un túmulo o catafalco al modo de los monumentos funerarios propios del Renacimiento. Estos monumentos, al contrario de lo que ocurrirá en el Barroco, se caracterizan por resaltar las virtudes del individuo así como el triunfo del alma sobre la muerte. En definitiva, se esfuerzan por manifestar la idea de inmortalidad. El catafalco diseñado por José María Ruiz Montes encaja con los presupuestos estéticos del Manierismo, recordando a las tumbas mediceas que Miguel Ángel labrara para la potentada familia florentina en la Sacristía Nueva de la Iglesia de San Lorenzo.
Ruiz Montes realizará la obra en madera de pino rojo para posteriormente aplicar una policromía que consiga un acabado pétreo. Se trata de una estructura arquitectónica cúbica de planta rectangular con las esquinas achaflanadas, que se levanta sobre un plinto en el que se alzan pilastras de orden dórico resaltadas en las cuatro esquinas, que a su vez sostienen una cornisa de friso abombado. Las caras laterales del catafalco están ornamentadas con sendos frontones circulares, que descansan sobre monumentales ménsulas.
Estos frontones son interrumpidos por unas veneras, en cuyos interiores se enmarcan unos tondos ovalados que contendrán motivos iconográficos estofados y policromados. Bajo los frontones se disponen lápidas rectangulares molduradas sobre las que se labrarán inscripciones, a modo de epitafios, bruñidas en oro. Las caras anterior y posterior del túmulo albergarán, igualmente, lápidas con inscripciones similares.
El artista prevé que la obra pueda ser estrenada en el Viernes Santo del presente año.
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